En la ciudad de Madrid, el subregistro de muertos por COVID-19 entre el 10 y 16 de marzo era notable: pudo ser de hasta casi el 300%, de acuerdo con un informe del diario El País. Si miramos a Castilla-La Mancha, entre el 14 y 24 de marzo, el subregistro pudo superar largamente el 300%.  

Un momento ¿hablamos de Lima? No, de Madrid. Todavía más interesante porque España estaba a 6 / 7 semanas de su primer caso de contagio registrado por COVID-19. El Perú va ahora mismo por la semana 7.

La primera evidencia que recogemos del informe publicado por El País (además del Financial Times y otros) es que el subregistro es un fenómeno frecuente, sobre todo en las primeras semanas de la epidemia. Sea en Europa o en Latinoamérica.

La segunda evidencia es que el tratamiento que la prensa ha hecho del fenómeno de subregistro en Europa y aquí en Perú difiere, y en mucho. El País y el Financial Times intentan entender lo que sucede, asumen que una epidemia es un fenómeno muy denso. El diario español contrasta los datos oficiales del Ministerio de Sanidad con las estimaciones del Instituto de Salud Carlos III, que revelaba que el virus había casi duplicado la tasa de mortalidad en diferentes territorios de España. El País echó mano de informes del Sistema de Monitoreo de la Mortalidad Diaria (MoMo) para calcular las muertes totales estimadas en los días analizados en marzo y contrastarlo con las muertes por COVID-19 reportadas por Sanidad. Lo que resultó fue claramente un “exceso” de muertes en el sistema.

Fuente: EL País

Hasta aquí, el ejercicio de recopilación de datos, realizado también por nuestra prensa. Pero El País se hace preguntas, el periodista investiga. Más allá del positivismo, echa mano de otras disciplinas para ensayar interpretaciones y concluye: “La diferencia entre la mortalidad real y la oficial se debe a varias razones, entre ellas, las carencias con las que se ha topado el sistema sanitario al hacer frente a la epidemia –la detección tardía del virus en España, la falta de pruebas diagnósticas…– y los distintos modos de contabilizar a los fallecidos”.

Además del protocolo médico que solo cuenta como fallecidos a los diagnosticados por COVID-19, se destacan las carencias del sistema sanitario que detectó tardíamente el virus y la falta de pruebas diagnósticas. Un escenario sanitario todavía más precario se vive en Perú. Recordemos, la epidemia nos pilla con un sistema de salud de suma precariedad, con menos de 200 camas UCI con respiradores mecánicos (hoy son más de 800 y siguen siendo pocas). Y con un número ínfimo de pruebas moleculares y rápidas. Si el primer caso se registró el 6 de marzo, para el 19 de marzo, el Estado peruano declaraba contar con solo 6,000 kits de pruebas (sic) pero que “esperaba” tener 30,000 pruebas adicionales en la siguiente semana. El 1 de abril, el presidente Martín Vizcarra confirmó que en los últimos días de marzo se practicaban solo 500 pruebas por día. No es difícil suponer entonces que la capacidad de diagnóstico de nuestro sistema de salud (contagios y propagación del virus) en las semanas de marzo era extremadamente incipiente.

El primer cargamento importante, 150,000 pruebas llegó al Perú a fines de ese mes. El 11 de abril, el presidente informaba que el país realizaría 12,000 pruebas diarias. El incremento en nuestra capacidad de diagnóstico ha sido entonces progresivo y se ha incrementado significativamente a partir de la segunda o tercera semana abril.

Aquí debemos puntualizar que el informe del IDL, que denuncia el subregistro de fallecidos por COVID-19, cubre este periodo de transición y desborde, del 20 de marzo al 20 de abril.

A estas consideraciones de serias limitaciones en el diagnóstico se agregan otras, en los hospitales, donde el drama se instala. Médicos y personal de salud trabajan en condiciones difíciles y crueles. Exponen su salud con insuficiente material de protección. El personal se reduce por licencia o por límite de edad (declarado población vulnerable) de sus colegas o porque caen enfermos, contagiados. Ese personal se ve forzado a tomar turnos extenuantes. En este escenario, el registro pulcro y riguroso de fallecidos, incluso de ingresos de pacientes se hace tarde, mal o nunca. Ejemplos al canto: el hospital regional de Lambayeque operaba la semana pasada, tan crítica, con solo 30% de su personal.

En definitiva, el contraste en el tratamiento de la noticia (el subregistro) hecho por la prensa de aquí y la de allá, suscita alguna otra reflexión. Necesitamos de un periodismo que informe bien y suscite un intercambio de opiniones. De ahí el reto de ir más allá del titular. Porque cuando el país vive sus momentos más difíciles y los ánimos de la gente están crispados, el vacío sobre las causas se vuelve un orificio negro donde caben las conspiraciones de todo tipo.