El periodismo deportivo, que en Perú y en otros países latinoamericanos se reduce al fútbol o casi, era hasta hace poco territorio comanche. Un “No pasarán” emblemático en el ejercicio de la masculinidad. Las dificultades que tienen colegas varones en “abrir” el precioso espacio a mujeres profanas han trascendido los comentarios a media voz: se han producido con micro abierto, en transmisiones en vivo. El 15 de noviembre, el team de “Fútbol Total” llegó a la vulgaridad y al acoso verbal. 

El Pablo Giralt, periodista argentino de “Fútbol Total”, entrevista a Daniel Kanashiro luego del partido de Perú contra Nueva Zelanda. La hinchada salía del estadio exultante, cantando lemas, enarbolando banderas. En un momento, Kanashiro llama a su colega, Alexandra Hörler, que también había cubierto el partido. A partir de entonces, Claudio Husain y Camilo Castellanos, desde el set de televisión en Buenos Aires, intervienen para preguntar, gilear y trolear a Hörler. “Preciosa Alexandra” (risas), ella “Los muchachos [de la selección] tienen que asentarse, es un equipo muy nuevo…”, pero sus palabras no cuentan, los patas ya se desataron, “¡Claro!, ¡qué lucidez!”. Hörler que no tiene retorno, sigue en lo suyo “Ha sido una responsabilidad grandísima…sacar aplomo…”. Inútil, Husain y Castellanos salieron de caza, “espectacular”. “Qué linda voz”, “vamos con Alexandra a celebrar” (risotadas).

Doy por hecho que a nadie en Direct TV se le ocurrió pasar estos hechos por un tribunal de ética. O pedir disculpas a la periodista. Por qué, si, valgan verdades, ni Husain ni Castellanos vieron en Hörler a una colega. La discriminación de género es el tufo que recorre los pasillos de las salas de redacción en toda la región latinoamericana. En Brasil, las mujeres periodistas denuncian situaciones de acoso: 70,2% ha presenciado o conocen de un caso de una colega acosada en su trabajo, 70,4% ha recibido coqueteos con carga sexual que la hicieron sentir incómoda mientras trabajaba, 32% fue tocada sin su consentimiento, 17% sufrió una agresión física mientras trabajaba (Centro Knight, Informe “Mujeres en el periodismo brasileño”, 2017).

Frecuencia Latina está cubriendo el Mundial de Rusia con gente de la farándula acostumbrada a producir naderías. Desinformados hasta del nombre del suelo que pisan (“estamos en una calle que vendría a ser como… el jirón de la Unión”), preguntando obviedades o tonterías (“¿has encontrado restaurantes peruanos en Moscú?”), contando anécdotas con un fraseo trillado. Los periodistas deportivos informan aunque tampoco salen de los lugares comunes (“en el fútbol se gana, se pierde o se empata…”). Floreo esdrújulas. Ninguna novedad. Lo que sí ha sobrepasado las expectativas de nuestra gris mediocridad es el comportamiento de ciertos periodistas de Latina, comunicadores sociales al fin y al cabo, que caen en la tentación de potencia narcisista: Juan Palacios le pregunta a un hincha mexicano luego del partido con Alemania, “¿Cuántas rusas han probado el chile mexicano?”. Días antes, Cristian Rivero, lanzaba un cántico machote a la pregunta de una colega rusa y delante de un colega australiano (“salta salta pequeño canguro/…que te rompemos el culo”). En español claro. Para verle la cara a ella. Qué bacancito. ¿Y cómo informó el diario El Trome? “Cristian Rivero trolea a reportera rusa”. Ganador.

Y todo esto delante de cámaras. ¿El Consejo de la Prensa no ha podido emitir pautas de ética periodística ante el desbande de pulsiones en las Saturnales de Rusia? Porque, si no se han dado cuenta, el mensaje que pasan estos periodistas es de permisibilidad. Las escenas de la tele se emulan en las calles que están de fiesta, inundadas de delirio futbolero, alcohol y manadas al acecho. Ya preocupa el comportamiento de patas desatados en Rusia, acosando mujeres, buscan besarlas sin aceptar un “no” por respuesta, otros haciendo escarnio de algunas que no hablan español pidiéndoles que repitan groserías. Y colgando sus hazañas en redes sociales. Esos “juegos” producen goce, por la transgresión pero también, en cuanto performance que otorgan un público upgrade de masculinidad.

Destaca en estas situaciones de acoso verbal, el léxico machista de una prensa deportiva. Denotan descargas de potencias agresivas y de dominio a partir de un relato futbolístico que reproduce imágenes recurrentes y celebratorias: full genitales (romper “culo”/ meter “chile”), con una propuesta “manipular” instrumentalmente el cuerpo-objeto femenino o feminizado.

La psicóloga y periodista argentina Liliana Hendel encuentra que “piropos” y otros actos de acoso verbal son el inicio de una ruta de maltrato que puede llevar incluso a la agresión física y sexual. "La violencia empieza con la palabra", señala Hendel, fundadora de la Red PAR (Periodistas de Argentina en Red por una comunicación no sexista). "Es una espiral que comienza con un dicho en tono excesivo”, concluye. En un país como el nuestro donde el 32% de las mujeres declara haber sido golpeada por sus parejas (Endes), la descalificación o la broma sexista pueden traer cola. Jaris Mujica, en un estudio sobre las violaciones a adolescentes en Madre de Dios, señala que las agresiones verbales fueron el inicio de una escalada de violencia contra las mujeres. El asunto no es, pues, para tomarlo a risa ni al troleo.

La violencia es la contraparte del cuerpo de mujer que ha sido hipersexualizado, convertido en objeto (romper “culo”/ meter “chile”). Ya dijimos que la cobertura que los periodistas de Latina hacen del Mundial de Rusia es lamentable. Denota además una falta de respeto para con la audiencia. Dicho esto, cuando se critican los comentarios sexistas de Palacios o de Rivero, se cuestiona la idoneidad de los profesionales que mandó Latina. Y se lamenta que la cobertura sea farandulera (para hacer rating). Pero nadie dice de ellos lo que se dice de Jazmín Pineda en un muro de Facebook, “Quién se la habrá levantado en el canal” [para haber llegado a Rusia]. Todos los periodistas llegaron por avión, pero algunas mujeres habrían pagado peaje. La sospecha moral se instala en el cuerpo de la mujer.

Hoy, la prensa deportiva es el territorio de masculinidad parapetada, encaramada en baluartes de arena. Los sentidos comunes y acríticos reproducen un trato hacia las mujeres, cuerpos-subordinados que es mejor mantener a raya, sirviéndose de comentarios, gestos que suelen ser actos disciplinatorios (la burla, el escarnio, el ninguneo).

Esos actos son también mandatos sociales. La “potencia” de masculinidad, nos recuerda la antropóloga Rita Segato, es una probanza cotidiana de virilidad, que no solo se despliega e impone en el plano sexual, también en el laboral, invisibilizando a las colegas en conferencias, ignorando sus aportes. Y afirmando al hijo del patriarcado como sujeto moral que dirime en las divergencias cotidianas pero también en las otras (“yo la apoyaba siempre” pero ella no correspondió, dijo el asesino de Eyvi Ágreda que decidió “castigarla”).

Periodistas como Milena Merino (RPP), Macla Yamada (Entre memes), Daniela Fernández (CMD), Carla Stagnaro (Goles en Acción), Hörler y tantas otras han ganado presencia en las salas de redacción, en la islas de grabación a punta de perseverancia y con piel de chancho inmune al ninguneo. Algunos colegas varones aceptan negociar, alguito, lo que antes estaba sobreentendido, quién sale a cubrir los partidos de la selección, quién viaja en comisión, qué notas se publican, etc. Pero tratándose de la distribución de poder, es previsible que haya, hay resistencias y denials. Porque la pulsión agresiva puede exacerbarse ante la crisis de esos modelos de masculinidad.

Por eso, esos hombres en las salas de redacción y en realidad en cualquier ámbito laboral, podrían empezar a mirar la piel que habitan. Mirarnos, mirarse ellos y encontrar aquellos mandatos sociales que fungen de pared medianera.


(Foto: Javier Zea)