¿Por qué será que en redes sociales unas voces niegan que exista una crisis humanitaria y una represión del régimen que tiene a millones de venezolanos atrapados en el moridero que es ese país, y otras voces exigen las sanciones internacionales contra el régimen, eludiendo mencionar, convenientemente, el “costo social” de las mismas? ¿Grueso desconocimiento, tozudez o cálculo político (cosas de la geopolítica)? 

¿Cómo hemos llegado a estos puntos de negación (manifiesta como el sol)? ¿Cuántas de las animosas personas que pasan por alto el drama humanitario han vivido (y sufrido) bajo una emergencia humanitaria?, ¿o bajo un país sometido a un embargo internacional?

Los haitianos sí, ambas situaciones. Y saben que no son asuntos a tomarse a la ligera. En los años noventa, me tocó vivir en Haití como observadora de derechos humanos de la misión de la OEA-ONU. El país estaba sometido a un durísimo embargo comercial votado por Naciones Unidas, como medida para forzar la salida del régimen de facto del general Cédras. Jean-Bertrand Aristide, el presidente democráticamente electo que vivía en el exilio, y gran parte de la población haitiana, que sufría la feroz represión en las calles apoyaron en un principio el anuncio de las sanciones contra el régimen militar. En esos meses sucedían escenas tan dramáticas como inverosímiles. Cada día, en la calle Batimat o en los barrancos que eran conocidos 'botaderos', se exhibían los cadáveres hinchados, otros NN estaban expuestos en la morgue (que, sin energía eléctrica por la carestía de combustible, exponía los cuerpos también en rápida descomposición). A esas víctimas directas de los militares y sus attachés se sumaban los niños en las calles que, al paso de gente extranjera (blanc) se acercaban y con sus manitos sobre el estómago exclamaban 'grangou!' (¡hambre!). ¿Quién que haya vivido lo concreto de un drama humano puede banalizarlo y ponerse jugar a Dios?

Porque tanto el negacionismo que desestima la crisis humanitaria, y el otro, que omite el sufrimiento que ocasionarían las sanciones económicas juegan un poco a ser ese Dios. ¿No?

La canción 'Ambago' (Embargo) del grupo haitiano RAM salió en 1992, pertenece al género misik rasin, fuera de Haití también se la llama “vudú rock”. La letra es simple:

Ambago ye (Embargo ye)

Ayiti pran an ambago (Haití está bajo un embargo)

coté moun yo (¿dónde está la gente?)

m pa we  (no la veo)”

Sutilmente, el juego de palabras se escabulle, el baile elude la temible vigilancia de los militares: en los meses de embargo, se sugiere, la gente desaparece de las calles, se las llevan de sus casas y no vuelven. El miedo no se escribe con todas sus letras, pero se respira.   

Pensando salidas a la crisis

Ya, se alega, la salida política y diplomática no es sencilla y eso contribuye a disparar las voces en múltiples direcciones. Pero sí existen coincidencias sobre las que construir consensos y compromisos. El primero es que esa emergencia humanitaria existe, independientemente de lo que sostenga Maduro y que ese drama debe ser atendido, sin mayor dilación de tiempo ni estrecho cálculo 'geopolítico'. La ayuda humanitaria puede llegar por medio de la Cruz Roja Internacional que ha salvado miles de vidas en Siria. La coalición que se rebeló contra el régimen de Al-Assad y también ISIS animaron este tipo de socorro humanitario. Incluso Al-Assad permitió, a veces, el ingreso de la Cruz Roja en ciudades asediadas por sus fuerzas. Aunque solo a veces, desafortunadamente. Oponerse en Venezuela a esta salida humanitaria sería criminal.

El segundo compromiso es el compromiso de sentarse a negociar, es decir, a conversar con una agenda en mano. Y eso solo será posible adoptando un marco de discusión previamente acordado. Pepe Mujica ha propuesto un escenario realista: elecciones 'anticipadas' y generales (presidenciales y también legislativas). Las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018 que llevaron a Nicolás Maduro a reelegirse fueron irregulares, carecieron de garantías mínimas y fueron desconocidas por los propios venezolanos que en más de un 50% no fue a votar. Hoy por hoy es más que improbable que la oposición (que incluye a chavistas en el Frente Amplio) y la mayoría de ciudadanos en Venezuela acepten una negociación que contemple la permanencia de Maduro. Tampoco sería legítimo pedirle a un pueblo que las acepte. Mujica que sabe más por viejo y por hombre que ha sufrido encierro y golpes saca de la manga esta salida que es de lo más pragmática y, sobre todo, humanitaria (hay que enfatizar esta palabra, tan venida a menos) para evitar el peor escenario: la guerra civil y la intervención militar extranjera. Esta propuesta está a mitad de camino entre la posición de la Unión Europea y del Grupo de Lima, de un lado, y la doctrina de 'no intervención' de México y Uruguay, del otro.

La doctrina de 'No intervención' no existe en estado puro

A propósito de la doctrina de 'No intervención', que coloco entre comillas, el mundo que sale de la Segunda Guerra Mundial ha relativizado este principio para permitir la creación de un sistema de justicia internacional (o supranacional) que enfatiza la 'intervención' de organismos como la Corte Internacional de Justicia para juzgar crímenes contra la humanidad cometidos en cualquier país. Y que intervienen, en circunstancias concretas, incluso en contra de la voluntad 'soberana' de los Estados. Ejemplos, los crímenes en la ex-Yugoslavia o en Ruanda.

Aún más, la intervención armada de los cascos azules en la ex-Yugoslavia ante la masacre de minorías étnicas por parte de los serbios es un caso flagrante de 'intervención', contemplada en la Carta de Naciones Unidas firmada por México y Uruguay.

Por supuesto, no propongo aquí una intervención similar en Venezuela ni defender a rajatabla todas y cada una de las decisiones de la ONU, solo intento demostrar que ese principio de 'no intervención' se usa en la actualidad de forma hermenéutica y en diálogo, no siempre fácil, con otros principios. En la misma Constitución mexicana, en su artículo 89, se establecen los principios de su política exterior: “no intervención”, “autodeterminación de los pueblos” y “el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos…”. Estos principios han dado margen a amplísimas interpretaciones. Así, el México 'no intervencionista' del presidente Lázaro Cárdenas reconoció al 'gobierno' en el exilio de la II República española durante 30 años. (¿Alguien dijo 'injerencia'?). Y sus relaciones diplomáticas con España solo se normalizaron en 1977, muerto Franco. Como suena. Para Lázaro Cárdenas, que conocía al dedillo el artículo 89, de todos los principios consagrados en él, pesaba más el de 'respeto' a los derechos humanos.

Así pues, los principios jurídicos no son las tablas de Moisés. Que en el 2019 el presidente López Obrador quiera enfatizar la 'no intervención' en Venezuela sobre el principio de “respeto la protección de los derechos humanos” responde a una decisión política (soberana) antes que a una obligación constitucional.

Pero el reparo mayor a esta salida 'no intervencionista' no está en su amplísima interpretación sino en su aplicación concreta en la crisis venezolana: es literalmente inmovilista pues, en sentido estricto, la oferta no es mucho más que una invocación ecuménica al 'diálogo'. Que Maduro acepta, de inmediato, pues es lo que ha hecho en los últimos años y porque necesita tiempo para calmar las aguas. México ya ha ofrecido sus buenos oficios para mediar en la 'crisis' en Nicaragua, insistiendo en la invocación a conversar. ¿Resultados? Ninguno. Ortega sigue matando en las calles. Y van más de 700 muertos (asesinados).

Hoy 7 de febrero tendrá lugar la reunión de Montevideo que convoca a países latinoamericanos y de la Unión Europea. El punto de partida sobre la mesa son las condiciones de una 'transición' democrática. El contacto en Montevideo entre ministros de Estado durará tres horas, al final del cual, el presidente Tabaré Vásquez y la representante de la UE para asuntos internacionales, Federica Mogherini, emitirán un comunicado. Ojalá se avance.

Pero si no, si el empate de fuerzas en Venezuela se mantiene en las próximas semanas o meses, a costa de la feroz represión de las FAES (Fuerzas de Acciones Especiales) y de devastadoras sanciones económicas que hagan tambalear lealtades de los mandos medios y soldados del ejército (ya van más de 4.000 deserciones), al punto de comprometer la disciplina militar, es posible que entonces se fuerce una negociación. ¿Y qué dirección tomarían unas eventuales negociaciones? Sí: discutir las condiciones para convocar a elecciones libres. Volver a la semilla del conflicto. Una salida política y diplomática se acerca a la presentada por el uruguayo Pepe Mujica o a la esbozada por el Embajador Emérito de México, Bernardo Sepúlveda, que toman distancia de una cerrada posición de 'no intervención'.

¿“Dictadura, sí/ yanquis, yeah”?

Una intervención militar de Estados Unidos parece una amenaza todavía distante pero el solo hecho de ventilar esa posibilidad en redes sociales acrecienta temores en los latinoamericanos, a quienes nos convocan los recuentos de los golpes de Estado financiados por la CIA (Chile, 73), el desembarco de marines (Haití, 1915) y el artero bombardeo de población civil inocente (Ciudad de Panamá, 1989).

¿Pero realmente estamos los latinoamericanos forzados a cerrar filas detrás del régimen de Maduro para evitar una intervención armada del Imperio? Por lo expuesto, la permanencia de Maduro no solo es inaceptable para la mayoría de venezolanos y para la oposición sino que su permanencia es fuente de inestabilidad en la región.

Puede ser que la crisis en Venezuela solo haya activado un razonamiento soterrado, todavía vigente en ciertos círculos políticos: “dictadura (en este caso, de izquierda) sí/ yanquis yeah”. Y entonces “dictadura sí”, en realidad, requiere de la amenaza yanqui para existir. Sirve de coartada emocional. Esos blancos y negros no permiten grises. Si esa amenaza no es inminente, se la mantiene en primera plana, cerrando la posibilidad de explorar compromisos políticos.

Al responder afirmativamente (“dictadura sí”) se hace tabla rasa de lo construido en los últimos 30 o 40 años en Latinoamérica. Por mencionar dos hitos importantes: el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (¿vamos a recurrir a la Corte Interamericana para que 'intervenga' en una decisión del Estado peruano?) y la Carta Democrática de Lima, que firmó el propio Chávez. Por sobre todo, ¿vamos a renunciar a los valores democráticos y la defensa de los derechos humanos que fuimos cultivando y atesorando los peruanos en los peores años del conflicto armado interno? Se delineó en los grises una apuesta de sociedad distinta, por fuera del cálculo ideológico asesino o la razón de Estado (autoritario). La lucha en las últimas décadas fue por construir democracia y justicia social. En buena cuenta lo que se discute en esta crisis venezolana es qué modelo de sociedad queremos en Perú y en Latinoamérica. ¿Aceptaremos volver a los años sesenta?

La mayoría de venezolanos guarda la esperanza de que el momento de la negociación llegue pronto. Pero seamos claro, Maduro no manotea ni gesticula ante las pantallas de televisión en un afán por salvar los restos de su 'revolución', solo intenta mantenerse a flote, que no es lo mismo. Porque el modelo económico chavista ha colapsado hace años, sostiene Heinz Dieterich, exasesor del presidente Hugo Chávez. Ya era evidente por lo menos en el 2013, cuando muere el líder bolivariano.

El 13 de octubre de 1993, en los últimos momentos del general Cédras en suelo haitiano, antes de marchar al exilio, con los aviones norteamericanos en ruta a Puerto Príncipe, él que había jurado que “no dejaría detrás el deshonor”, se puso a regatear con Jimmy Carter el contrato de alquiler de su villa en el barrio de Péguyville. Es posible que los últimos días de Maduro en el poder no los malbarate defendiendo a la Patria contra el Imperio. La negociación será más concreta y personal.

El Imperio norteamericano y el chino y el ruso existen como también existen sus pugnas de reacomodo y descarada injerencia por el control del petróleo. Esos movimientos despiertan preocupación en Venezuela y América Latina. Por lo mismo, cuanto antes se sienten las partes a negociar una salida democrática para Venezuela, mejor.